martes, 5 de febrero de 2013


ODIO

Otro día más regresó cansado de su trabajo. Había perdido la ilusión de los primeros años, pero desde hacía justo un año, pasaba más tiempo en la oficina para retrasar el momento de llegar a casa.
Ya nadie lo esperaba, recostada sobre el sofá chaise longue desde el que devoraba sus libros. Lo habían adquirido en una pequeña tienda de antigüedades de un costero pueblo de Cantabria.
-¿Y cómo lo cargamos en el coche? –había objetado él.
-Contrataremos una furgoneta de mudanza –lo solucionó ella en un instante, aunque ello supusiera un importante incremento en el precio final. Siempre conseguía salirse con la suya, costara lo que costara.
Dejó su cartera en el suelo y se aflojó el nudo de la corbata que siempre comenzaba a ahogarlo cuando cruzaba el umbral de la puerta. Otro movimiento autómata desde hacía un año. Se dirigió al mueble bar y se sirvió un vaso doble de Jack Daniel’s. Lo necesitaba. Lo calmaba. Lo ayudaba a recordar su risa, sus besos.
¿Por qué él se había cruzado en su camino?
Llevaba un año sintiendo la soledad de las arrugas de las sábanas clavarse en su espalda, reminiscencia de noches dando vueltas, agarrando un hueco vacío.
Ahora justo hacía un año. Ella estaba allí, a su lado, despidiéndose, abandonándolo a días de hastío, desazón y soledad.
Lo odió. Recordó cómo ella le había ido avisando de su presencia, pero no quiso o no supo darse cuenta porque se sentía invencible. Un importante hombre de negocios; reconocido en su trabajo; abogado de prestigio; con la vida por delante y planes de niños correteando por el jardín; viajes, unas veces de trabajo y otras por placer acompañado de su bella mujer.
Hasta que llegó la confirmación. Ya no había vuelta a atrás; ella lo dejaría, se marcharía en breve con ese amante inhumano que la arrancaba de su lado sin compadecerse de su dolor.
Apuró la bebida. Se sirvió otro trago. Hacía un año. Clavó su mirada en una fotografía que ensalzaba, irónicamente, su juventud.
La miró y lloró. Llevaba un año sin poder llorar pero hoy no iba a poner límites a las lágrimas que tantas veces había contenido.
No quería acordarse de él, solo de ella; pero un sentimiento de odio volvió a apoderarse de él.
-¿Por qué tuviste que aparecer en nuestra vida? –gritó a un nadie inexistente en la habitación, pero lo alivió culparlo de su sufrimiento.
Había llegado el momento. Tenía que pasar página. Jamás la olvidaría, pero no podía quedarse anclado en el pasado. Por fin supo que estaba preparado para poner nombre a su odio. Levantó la cabeza y volvió a dirigirse a ese nadie que lo había dejado solo.
-TE ODIO, CÁNCER.